martes, 29 de enero de 2008

433 palabras te separan de leerlo

Un portazo y 24 escalones la separaban de la calle. Dos calles y cuatro cordones la alejaban de la plaza. 420 pasos la distanciaban del banco y 12 minutos de su encuentro con él.

Una bufanda de todos colores, una tapado rojo y un desaliñado gorro de lana tejido por ella años atrás la protegían del frío.

Una cartera pequeña, algo de plata, las llaves de su casa y dos gotas de perfume detrás de sus orejas fue de lo que dispuso antes de salir.

Y fue entonces que cerró la puerta de su calido mundo con un golpe seco, para empezar a descender hacia el despiadado otoño.

Sus pequeños zapatos colorados resonaban contra el mármol de los escalones. La temperatura bajaba en simultáneo con su cuerpo. Sus pasos parecían enfriar el ambiente, mientras sus latidos aumentaban más y mas.

Entonces la vio, la puerta que la separaba de la gente, del ruido, de las críticas, de la falsedad y la de despreocupación por el prójimo. La puerta que la separaba de la calle.

Traspaso ese umbral entre dudas y miedos, que dejo en el palier del edificio, y cruzo la primera calle. Tantas caras concentradas en si mismas, tantas mentes vueltas sobre si. Se pregunto por que salio, que la hizo que se separara de su lugar. Entonces recordó: él.

Para cuando termino esa reflexión estaba atravesando la segunda calle. Entre la gente, los autos y el humo se asomaba la plaza, que parecía un oasis. Parecía irreal tanto verde, tan vida dentro de esa cuidad. Y así, cautivada por la vista fue atraída hacia el centro de ese pequeño paraíso para dejar caerse en un viejo banco. Lo creyó tan insignificante, pero los minutos le iban demostrando lo contrario. La pintura blanca desgastada guardaba rastros de palomas y gorriones que volaron cerca alguna vez, quizás en ese mismo momento. Distintas escrituras que expresaban gustos, amores o ideas. El banco fue música para sus oídos, que apago las bocinas, las frenadas y las voces. Le contó historias que hicieron que el tiempo pasara más rápido, tan rápido como el sol que caía en el horizonte.

Pero cuando el frió de volvió más crudo y el sol termino de ocultarse, el banco se callo. Ya no tenía más nada que contar o cantar, ya que ella no más nada tenia que hacer ahí. Solo restaba caminar 420 pasos, cruzar dos calles, cuatro cordones, cruzar el umbral, subir 24 escalones y con un portazo volver a su calido mundo para llorar por él, que no había ido a su encuentro.

TRES ROSAS ROJAS

__Para hoy tendremos una máxima de 28 grados sobre la cuidad, con una mínima de…

La radio callo con un simple golpe sobre la parte superior.

Minerva, salio lentamente de la cama. Abrió la ventana para encontrarse con un radiante sol que en segundos inundo con su luz toda la habitación, sin dejar un centímetro de oscuridad. Camino los pocos pasos que la conducían al baño y lavo su cara con tanto cuidado, como si estuviese tocando porcelana o vidrio. Todavía con su camisón, se paro firmemente delante del placard con las puertas abiertas y pensó.

__ Veintiocho grados anunciaron en la radio…

Recogió una pollera verde, tan verde con el césped y una remera tan amarilla como el sol que iluminaba el ambiente.

Dos no, tres rosas iba a comprar. Si, tres rosas rojas para poner en el centro de la mesa del living.

Ató su pelo descuidadamente, tanto que parecía que no había sido peinado en días.

Agarro su bicicleta ya oxidada de tanto viajes, y así cerró la puerta de su departamento, para bajar esas dos escaleras que la separaban del calido día.

Otra vuelta de llave y comenzó a sentir el sol en su cara, como quemaba, como vivía.

En su cabeza sonaba música que solo ella oía. Sonidos hermosos que parecían le cantasen al oído.

Ella y su bicicleta por la cuidad, tan intrascendentes. Sus ojos color café lo veían tan diferente. Sus pies se deslizaban sobre los pedales de forma natural, como si hubiese nacido para eso. Avanzaba por las congestionadas calles como si el resto de los autos, colectivos y camiones no existieran.

Sentía como peladeando podría conquistar el mundo, llegar a la montaña más alta, sumergirse en el más profundo mar, y seguir sobre esas dos ruedas que la transportaban en ese momento por el asfalto de una forma tan mágica, como si levitara. Flotaba por la cuidad.

Y fue descendiendo hasta la calle otra vez, cuando pudo ver desde las alturas el puesto de flores sobre una esquina. Sin bajarse de su bicicleta, pidió tres radiante rosas rojas.

El vendedor las tomo del florero rápidamente, y las comenzó a envolver como si solo fuesen tres rosas dentro de un florero, una venta mas del día. ¿Es que acaso no vio a Minerva volando en su bicicleta? ¿Es que acaso no la vio deslizarse sobre esas dos ruedas en esa forma tan maravillosa?

Pero claro, ella no vio el descuido del florista. Ella solo esperaba las tres rosas rojas para volver a levantar vuelo.