Un portazo y 24 escalones la separaban de la calle. Dos calles y cuatro cordones la alejaban de la plaza. 420 pasos la distanciaban del banco y 12 minutos de su encuentro con él.
Una bufanda de todos colores, una tapado rojo y un desaliñado gorro de lana tejido por ella años atrás la protegían del frío.
Una cartera pequeña, algo de plata, las llaves de su casa y dos gotas de perfume detrás de sus orejas fue de lo que dispuso antes de salir.
Y fue entonces que cerró la puerta de su calido mundo con un golpe seco, para empezar a descender hacia el despiadado otoño.
Sus pequeños zapatos colorados resonaban contra el mármol de los escalones. La temperatura bajaba en simultáneo con su cuerpo. Sus pasos parecían enfriar el ambiente, mientras sus latidos aumentaban más y mas.
Entonces la vio, la puerta que la separaba de la gente, del ruido, de las críticas, de la falsedad y la de despreocupación por el prójimo. La puerta que la separaba de la calle.
Traspaso ese umbral entre dudas y miedos, que dejo en el palier del edificio, y cruzo la primera calle. Tantas caras concentradas en si mismas, tantas mentes vueltas sobre si. Se pregunto por que salio, que la hizo que se separara de su lugar. Entonces recordó: él.
Para cuando termino esa reflexión estaba atravesando la segunda calle. Entre la gente, los autos y el humo se asomaba la plaza, que parecía un oasis. Parecía irreal tanto verde, tan vida dentro de esa cuidad. Y así, cautivada por la vista fue atraída hacia el centro de ese pequeño paraíso para dejar caerse en un viejo banco. Lo creyó tan insignificante, pero los minutos le iban demostrando lo contrario. La pintura blanca desgastada guardaba rastros de palomas y gorriones que volaron cerca alguna vez, quizás en ese mismo momento. Distintas escrituras que expresaban gustos, amores o ideas. El banco fue música para sus oídos, que apago las bocinas, las frenadas y las voces. Le contó historias que hicieron que el tiempo pasara más rápido, tan rápido como el sol que caía en el horizonte.
Pero cuando el frió de volvió más crudo y el sol termino de ocultarse, el banco se callo. Ya no tenía más nada que contar o cantar, ya que ella no más nada tenia que hacer ahí. Solo restaba caminar 420 pasos, cruzar dos calles, cuatro cordones, cruzar el umbral, subir 24 escalones y con un portazo volver a su calido mundo para llorar por él, que no había ido a su encuentro.
